viernes, 27 de julio de 2012

La Leyenda de la Torre del Espadero

           Esta historia que a continuación voy a relatar pudiera ser leyenda o realidad, pero dejo aquí mi versión de los hechos.


Torre de los Espaderos, Cáceres

Avanzada la Edad Media, en la villa de Cáceres la vida discurría para los señores entre la caza con cetrería por los bosquecillos  de la serranía de la Mosca y la pugna fratricida en las callejuelas de la ciudad. Por ello era importante estar bien ataviado de armas. Y de Toledo llegó una familia del oficio de la forja, a los que llamaron por mote “los espaderos”. Juan que así se llamaba el espadero, abasteció durante años a los nobles de la villa, manteniéndose al margen de toda disputa, gozando sus espadas de una gran estima en la villa y sus alrededores.

                Juan, tenía un hijo que había heredado además de su nombre, su maestría en el arte de la forja. Era un mozo gallardo, fornido y de tez morena, y su sola presencia no dejaba indiferente a las doncellas cacereñas.

                Un día un noble caballero de la villa, recibió una invitación del rey, para que junto con otros nobles caballeros del reino le representaran en unas justas contra caballeros moriscos en prueba de buena voluntad ante una tregua concertada. Para deslumbrar a todos en dicho evento, mandó llamar a su presencia a Juan el espadero, para encargarle todo lo necesario para tal fin. Juan que era ya viejo, envió en representación suya a su hijo para perfilar los detalles.

Cuando el noble castellano no estaba guerreando contra el Islam, vivía en una impresionante fortaleza, a la cual se dirigió Juan. En aquella sombría fortaleza junto al señor vivía su doncella hija de nombre Isabel, pues no hacía pocos años que había perdido a su noble esposa. Al cuidado de Isabel, estaba una doncella morisca, Zuleima, apresada de muy niña por el noble en una incursión contra los moros, y con el tiempo convirtiese en confidente y amiga de Isabel. La joven Isabel fue instruida en materia de humanidades y disciplinas del espíritu por un clérigo, que hacía a su vez de mentor. La religiosidad de Isabel iba pareja con su hermosura y su saber. En la villa así como, en el territorio era conocida su fama de hermosura y extrema bondad, nunca faltaba  una sopa para el caminante o el mendigo que pasara por la villa.
Grabado medieval (F.I.)

Cuando el joven artesano atravesó por primera vez las puertas de roble de la fortaleza, la joven doncella cayó presa de su amor, su corazón latía con un insospechado furor, ella que había sido cortejada por nobles caballeros venidos de lugares distantes, ofreciéndole riqueza y amor, caía ahora enamorada de un mozo con arrogante delantal de cuero y ojos soñadores.

Ni el caballero ni el mozo diéronse cuenta de ello, continuando las diarias visitas para confeccionar las armas previstas: lanza, el pesado montante, la liviana espada y la daga, todo con singular damasquino, temple exquisito y belleza, no olvidándose de los arneses del caballo. Mientras, tras las bellas celosías, cada día, en cada visita, un recóndito amor iba creciendo, y solo Zuleima era la única sabedora y confidente del amor de su señora.

Llegó la hora de la partida hacia las justas para el adalid y su séquito, y quiso el señor que el joven espadero les acompañara para que a su vuelta voceara los triunfos del noble ante la villa. Este en un principio declino tal ofrecimiento, pero su negativa subyugó al ver salir al patio florido del castillo a la joven y bella Isabel. Ante aquella deidad el espadero se avergonzó, bajando por un  instante la mirada hacia su grasiento delantal. Pero en ese inesperado cruce de miradas recatadas, el lenguaje naciente del amor había encontrado respuesta. Y así formo parte del sequito. Durante el largo camino los furtivos parloteos y las miradas iban forjando el amor, y cuando al atardecer se montaba la tienda, Juan era el celoso guardador y centinela de la bella doncella.

El torneo transcurrió espléndido y de suerte alterna, pues las Justas terminaron en tablas para dignidad de ambos bandos. Y para más orgullo de su padre, la belleza de Isabel fue admirada por los Alvar, los Fernán Pérez, los Zúñiga y tantos otros caballeros cristianos y recibió homenajes hasta de los nobles musulmanes.
Representación de un Torneo de justas, s.XV (F.I.)

A la hora de regreso el rey llamó a todos los nobles caballeros allí reunidos e hizo que todos le siguieran hacia su castillo, pues según fuentes espías, los reinos Taifas del Sur habían roto la tregua declarando la guerra santa, y debían prepararse para futuras incursiones. Así el noble cacereño dejo a parte de su sequito el cuidado de conducir a Cáceres a Isabel, dando sin saberlo rienda suelta a dos corazones.

El regreso fue un maravilloso romance de amor, alargando Isabel el trayecto con argucias femeninas y dificultando la vuelta hacia su destino. Juan siempre a su vera, le demostraba su amor, respetuoso y honesto e igualmente correspondido por Isabel.

Pero cerca de la sierra cacereña divisan un ejército acercándose al cortejo, era el padre de Isabel, que temeroso por el retraso de su hija había partido en su busca. Al descender de su caballo inquirió al  jefe de la guardia el enorme retraso de la comitiva, y este le respondió: “que cumplía órdenes de la doncella Isabel, y que hallábase ahora descansando a orillas del Salor”.

Cabalgó raudo el noble, sorprendiendo a los jóvenes diciéndose ternezas como enamorados. Y presa de su ira el caballero desenvaino su espada contra el joven espadero que pudo esquivarla gracias al grito desgarrado de Isabel, huyendo a merced de la noche que acontecía.

Ya en el castillo, la explicación sincera de amor de la hija enarboló más aun la soberbia del padre que juró venganza. Encerró a su hija en sus aposentos custodiada por guardias, y salió con su ejército camino de la casa del espadero. En plena noche el silencio de la villa se vio alterado por el rechinar de las herraduras de los caballos. Cuando llegaron ante el portal de la casa taller del espadero, golpearon reiteradamente las puertas, instando al joven a responder frente a la justicia personal del señor de horca y cuchillo. Una voz entonces respondió desde el interior, la del viejo espadero, que conociendo que la entrega del hijo equivalía enviarle al tormento y después a la muerte, respondió negativamente ante el noble.

Tras breve plazo concedido, llegaron del castillo pertrechos de asalto y asedio de sitio, y con premura ante que los demás nobles de la villa tuvieran tiempo de intervenir, cayó al asalto la casona, asesinando los pocos criados que defensores se erigieron. Mal herido quedó el padre y preso el hijo, que volvía a cruzar de nuevo las puertas del castillo ahora humillado y atado a la cola del caballo del noble.  
Miniatura de un asalto a un castillo fortificado (F.I.)

Ante el enorme ruido y alboroto, se despacharon mensajeros para conocer la causa, hallando gravemente herido al viejo espadero, que pudo hacer relato de lo ocurrido.

Los nobles decidieron visitar al padre de Isabel para conocer sus intenciones con el prisionero, accedió el caballero a recibirles en el gran salón del castillo, y hablo el más antiguo de los nobles para pedir explicaciones de lo ocurrido la noche anterior, pedir favores para joven sin partido ni bandería de señor conocido y paliar los agravios cometidos. Pero la soberbia del noble nubló su mente y con voz tonante, a la embajada expuso que: “como señor de horca y cuchillo y juez de causa, a nadie había de dar cuentas de lo que consideraba un ultraje a sus blasones y traición a su causa; y que ni al propio rey cuenta diera, de lo que en su castillo aconteciere”. Tachó de amujerados a los nobles allí reunidos y amenazó con atacar a todo aquel que se acercara armado al castillo, dando por terminada la audiencia concedida.

Los caballeros cacereños lejos de amedrentarse hicieron frente común ante el intransigente noble, apostaron piqueros y arqueros en puntos estratégicos. La reacción no se hizo esperar y las puertas del castillo se abrieron dando paso a la caballería del castillo que en pocos minutos aniquiló a los guardias tiñendo de rojo las calles de la ciudad. El terror se extendió por la zona, hambre y miedo por igual convivían en la ciudad. Ante  esta situación pidieron embajada ante el rey que tras varios intentos infructuosos; por hallarse entre guerras; el rey puso camino hacia la villa con parte de su ejército.

En las mazmorras, Juan era terriblemente atormentado y torturado: laceraciones de sus carnes, quebrantar de huesos, hierros y ruedas punzantes; iban convirtiendo al viril joven en un pobre guiñapo destrozado. Estas sesiones de tormento eran presididas por el noble cada vez mas soberbio y enloquecido, intentado arrancarle la confesión sobre la seducción de su hija. Una tras otra, sus respuestas eran siempre las mismas: “que sólo amor limpio y puro sintiera y en la misma forma fue correspondido. Que Isabel seguía siendo tan pura como cuando su madre la alumbrara”. El noble enfurecido, ordenó extremar hasta la muerte la tortura, aunque el padre de rodilla, ante la puerta del castillo implorada la libertad de su hijo durante varios días.

Isabel, al borde de la locura, lloraba en la soledad de su estancia bien guardada. Solamente consolada por su fiel doncella Zuleima, que le reportaba siempre triste el terrible acontecer del joven.
Blasón de los espaderos (Foto por Jesús Sierra)

Llegó el rey con su séquito a las puertas fortificadas de la villa, siendo recibido por todos los nobles a excepción del padre de Isabel. Examinada la situación, un emisario real fue enviado exigiendo la rendición, el cual fue dado muerte por los del castillo. El rey viéndose ultrajado  y menospreciado, mandó tomar el castillo a sangre y fuego.

Mientras, Juan agonizaba. Y avisada Isabel por Zuleima, y con su complicidad, logró llegar a las mazmorras donde quedó horrorizada ante el cuerpo mutilado de Juan; abalanzose sobre el torno donde yacía Juan, y abrazándose a él pudo escuchar el último suspiro de amor de sus labios. Pero Dios, la fortuna o el amor puro, quiso que el alma de Juan no partiera sola, y tras su beso la bella doncella  cayese muerta también, prueba del indestructible amor que procesaran. Los verdugos quedaron petrificados ante el devenir de los acontecimientos.

En el exterior, las puertas del castillo se abrieron por última vez  dando paso con expresión desafiante al noble caballero a caballo al frente de sus mesnadas, contra su propio rey. Pero corta fue la batalla pues una nube de flechas alcanzó al noble matándolo en el acto y a gran parte de su compañía. Con el noble yaciendo muerto en el suelo y arrodillándose los mesnaderos supervivientes al paso del rey; pues sólo ordenes habían cumplido; se dirigió presto a los sótanos del castillo, seguido de sus caballeros y la nobleza cacereña. Ya en la mazmorras, el espectáculo era dantesco, aún sujeto al torno se encontraba Juan, su cuerpo descoyuntado y lleno de tumefactas heridas, y sobre él con sus vestiduras ensangrentadas e inerte, testimonio de amor eterno, yacía Isabel.

El rey estremecido ante tremenda escena habló: “este amor que mas allá de la muerte llega, deberá ser eternamente recordado. El castillo será demolido y cubierto de sal, pero sobre esta mazmorra se alzará una capilla, donde reposarán para siempre unidos los amantes que por amor murieron. Que el cuerpo del noble se pudra sobre el suelo donde cayó, y que una torre sin almenas, que se llame Torre del Espadero, se alce al cielo sobre este lugar.”

Y así se cumplió. La Torre del Espadero, testimonio de la voluntad de un rey, sin saeteras y sin almenas, abierto al cielo el granítico balcón, donde según la tradición, entonan los amantes en las noches de luna llena su eterna canción de enamorados.

Más leyendas son y así te las he contado, gracias y hasta la próxima.
Escrito por : Jesús Sierra
Fuentes: Juan Arias

domingo, 1 de julio de 2012

La leyenda de la Calle Amargura

        Esta historia relata un de las leyenda que da nombre a la calle Amargura. Gracias María Jose, por recordarmela.

Calle Amargura, Cáceres.

          Nos situamos en el siglo XV, la noche ha acontecido en la ciudad, las calles solitarias y mudas se ven interrumpida por el blandir de unas espadas. Intramuros en una callejuela, cerca de Plaza de San Mateo a luz tenue de unas antorchas dos personas se baten en duelo, uno es un joven vecino de la villa, el otro no mucho mas mayor, un viajero de paso por esta. La razón de la disputa se desconoce, quizás sea por una partida de dados o anden faldas de por medio. Durante un largo tiempo el intercambio de golpes es continuo, inclinándose la balanza hacia uno u otro lado. Pero en el debatir de la reyerta el forastero echa mano de una daga escondida en unas de sus botas de caña alta, y en un descuido de su adversario le atraviesa el costado derecho, este al ver como su jubón verde oliva se tiñe de rojo, deja caer la espada, sus piernas comienzan a desfallecer y cae al suelo. Con una mano intenta taponarse la herida, y sus gritos inundan la noche: “Ayuda, ayuda me han dado muerte.”
        El asesino al ver como se acercan hacia el unas luces, huye despavorido calle abajo. Es la guardia de la ciudad que alertada por el alboroto producido llega al lugar del suceso. Intentan socorrer al joven, pero es demasiado tarde, está herido de muerte. Los guardias lanza en ristre comienzan la búsqueda del asesino por la ciudad. Pero este ya lejos, en las inmediaciones de Plaza de Santa María se halla llamando a la aldaba de un burdel que era frecuentado tanto por plebeyos como por la alta alcurnia de la ciudad. Quien abre la puerta, es la meretriz de la casa, de nombre Lola, el joven le cuenta que en una reyerta ha herido a un vecino de la villa y le pide refugio. Lola, generosa, da cobijo al joven prometiéndole no delatarle ante la justicia.
      Poco más tarde vuelven a llamar a la puerta, son los alguaciles y con el traen el cuerpo del joven muerto en el duelo, Lola al verlo rompe a llorar desconsoladamente, ese joven muerto, que yace ahora en el recibidor de su casa, no es otro si no su propio hijo. Sin saberlo había dado asilo al asesino de su propio hijo. Desde ese momento Lola se sumerge en una profunda tristeza y amargura que le durará el resto de su vida, y que dará nombre a su calle, la calle la de la Amargura.

       Más leyendas son y así te las he contado, gracias y hasta la próxima.

      Escrito por: Jesús Sierra

      Fuentes: Cultura popular