sábado, 25 de mayo de 2013

La historia de doña María de Monroy "La brava"


Miniatura medieval. (F.I.)

            Hoy viajamos a la ciudad Plasencia (Cáceres), allí en el siglo XV nace en el palacio llamado de las Dos Torres, María de Monroy Almaraz, hija de Hernán Pérez de Monroy y de Isabel de Almaraz. Pasó María su niñez y juventud en Plasencia, hasta que ya en edad casadera contrajo nupcias con Enrique Enríquez de Sevilla, Señor de Villalva de los Llanos, en la ciudad de Salamanca donde se asentaron en una casa situada cerca de la Iglesia de Santo Tomé.

            En aquel tiempo había en Salamanca, lo que denominaron la “guerra de bandos”, donde las mas poderosas familias de la nobleza salmantina estaban enfrentadas por el control de la ciudad. Sus luchas por su dominio aterrorizaban a la población, y entre aquellas familias se encontraban los Monroy, Manzano, Solís y Maldonados. Uno de los bandos era el denominado de San Benito y el otro el de Santo Tomé, en este último estaban integrados los Monroy. 

Pronto tuvo María la desgracia de quedarse viuda, pero aun siendo moza y hermosa, se dedicó al cuidado de sus dos hijos y de su hija, como matriarca de la familia.
La guerra de los bandos seguía su curso, y cierto día del año 1.465, un trágico suceso agravaría aun mas las luchas entre bandos.
 
Casa de las Dos torres, Plasencia (F.I.)

Los hermanos Enríquez, Luis y Pedro, hijos de doña María de Monroy, contaban ya con diecinueve años el mayor y dieciocho el menor, y habían entablado cierta amistad con otros dos hermanos de la familia Manzano, Simón y Alonso, esta familia pertenecía al bando contrario de San Benito. Aquel día del año 1.465 hallabanse jugando a la pelota el pequeño de los Enríquez con los hermanos Manzanos, en un encontronazo durante el juego, comenzose una disputa, las palabras se elevaron, se pasaron a los insultos, a los desprecios hasta que todo fue a más y echaron manos a sus espadas. Pero esta lucha no iba a ser justa, el Enríquez, se hallaba sólo, mientras que los dos hermanos Manzanos se encontraban en compañía de sus criados. Todos fueron contra él, que con furia y valentía desendiose el Enríquez pero ante tras desigual cruce de espadas fue vilmente asesinado por los Manzanos.

Yacía muerto el Enríquez en el ensangrentado suelo de la plaza, cuando habló uno de los criados de los Manzanos.

“Mi señor no podemos quedarnos aquí debemos irnos, pues cuando la muerte llegue a oídos de su hermano buscará venganza, vayamos a la casa de vuestro padre.”

Tenía fama el mayor de los Enríquez de ser un hombre gallardo y de buen manejo de la espada, además de poseer un gran liderazgo, que podía llegar a reunir bajo su mando a un gran número de familiares y amigos para su venganza. Este hecho preocupa al mayor de los Manzanos que le dijo a su hermano:

“No, hermano si huimos ahora, su venganza será terrible. Debemos adelantarnos a sus actos, enviemos algún mozo en su búsqueda antes de que la noticia de la muerte llegue a sus oídos, y sin esperárselo le daremos muerte también.”

“Así lo haremos.” -Respondió el otro hermano.-

Mandaron pues sin demora a uno de sus más fieles criado para que fuera en su búsqueda con la excusa que lo necesitaban para el juego de pelota.

Aguardaron su llegada los Manzanos escondidos en una de las calles que daban a la plaza, por donde solían llegar los Enríquez, pero para asegurarse que nada fallara lo planearon con su criado. Con la espada desenvainada el uno y el otro con una chuza en sus manos, cuando vieron aparecer al mayor de los Enríquez, se abalanzaron sobre él, que sin tiempo de respuesta nada pudo hacer, dándole una muerte cruel y cobarde. 

Entre risas se zafaron los Manzanos de su hazaña, con el cuerpo del Enríquez aún agonizante y preguntándose el porqué de su muerte.

“¿Por qué? ¿Por qué?” -Repetía balbuceante entre sangre.- 

Muerto el último varón de los Enríquez, ya no había posible venganza. Ya no temían por sus vidas. Dejando el cuerpo atrás, se dirigieron a la casa de su padre que tras explicarle, a su manera, lo sucedido, les aconsejó que marcharan de inmediato hacia tierras portuguesas, para asegurarse de las posibles represalias por parte del bando de Santo Tomé. Y así huyeron de Salamanca.
 
La actual Plaza de los Bandos. (Foto Wiki Salamanca)

Enterada ya la ciudad de la noticia, llevaron los familiares los cuerpos de los Enríquez ante su madre, doña María de Monroy, relataronle la atroz muerte a que habían sido sometidos sus hijos. Todos creían que ante tan trágica y cruel perdida doña María por el querer que les procesaba, y por ser mujer, se hundirían en la tristeza, en el llanto, y que su vida por amor perdería o loca se volvería, más alejados de la realidad estaban, doña María con gran aplomo ante sus sentimientos, sin soltar lágrima ni llanto alguno se acercó a sus hijos y los bendijo.

“Yo os bendigo hijos míos, id en paz con vuestro padre, que justa venganza recibiréis.”

Ante el asombro de los reunidos y rehusando Doña María los consejos de sus parientes de dejar pasar el asunto y dedicarse al entierro de sus hijos, les dijo con el corazón endurecido y con un valor encomiable ante los cuerpos yacentes de estos.

“Disponed vosotros el entierro de mis adorables hijos, que yo junto aquellos que quieran acompañarme, me dispongo a partir esta misma noche tras los asesinos y hacer justicia.”

“¡Vos! –Dijeron algunos de los parientes- 

“Mujer soy más, a falta de valor de los presentes, yo misma impartiré justicia y buenos dineros daré a aquellos que me acompañen.” -Respondió doña María.-

Partió Doña María hacia su Señorío de Villalba y allí logró reunir para su causa, hasta un total de veinte caballeros, entre familiares, allegados al bando de Santo Tomé y siervos a su servicio, mas para protegerla y por justa venganza, que por los dineros ofrecidos.

Casa de María La Brava, Salamanca (Foto Tamorla)

Averiguaron que los Manzanos habían huido a Portugal, y que allí seguramente habrían contratado los servicios de algunos caballeros para su protección y por ello sería difícil llegar hasta ellos, pero doña María así les habló:

“Cuando atraviese esa puerta aquí se queda doña María de Monroy, la mujer, y con vosotros va vuestro capitán, y la primera en entablar batalla seré, que mas puede el corazón y la justicia que todos los hombres armados.”

Y vestida bajo una ligera armadura y con la espada de su hijo mayor que heredó de su esposo, partió a caballo hacia tierras portuguesas.

En pueblos y aldeas recompensaba aquellos que les ofrecían información acerca del panadero de los Manzanos. Cada día que pasaba, su odio se acrecentaba, y a todos daba muestras de que la única razón de su existencia era la venganza de sus hijos.

Al cabo de varias semanas averiguó que el lugar donde se escondía los Manzanos era en una posada de la villa portuguesa de Viseu. Hacia allí se dirigieron raudos. Cuando llegaron al lugar se aseguraron de que los Manzanos estuvieran allí, y esperaron que anocheciera planeando la estrategia. Para derribar el portón principal de la posada que cerraban por seguridad al caer la noche, talaron un árbol para utilizarlo como ariete, y una vez derribada, unos se quedaría fuera vigilando la llegada de refuerzos mientras los otros entrarían a por los Manzanos.
 
Vista panorámica de Viseu, Portugal (F.I.)

Llegada la noche al amparo de su oscuridad, se acercaron sigilosamente portando el vigón, al primer golpe las puertas sucumbieron, doña María fue la primera en entrar espada en ristre, tras ella diez caballeros y los demás quedaron fuera protegiendo las puertas y ventanas de toda la posada, para que nadie entrara y nadie saliera, como se había acordado.

Uno de los centinelas portugueses dio la alarma.

“A las armas estamos siendo atacados.”

Los Manzanos que se dedicaban a la buena vida de mujeres y vino, no esperaban ser atacados y su sorpresa fue aun mayor al ver como María de Monroy espada en mano capitaneaba aquellos caballeros, no daban crédito a tal imagen. 

“No puede ser gritaban, no puede ser.”

“Hágase justicia, -gritó doña María- aquí y ahora pagareis por vuestros crímenes.”

 A golpes de espadas el grupo asaltante se iba abriendo paso hacia los hermanos Manzanos, la lucha fue encarnizada, y doña María luchó con bravura y valor. Por fin la muerte le sobrevino a los hermanos Manzanos, mas no a manos de ella. El primero en caer fue el menor que asaetazo fue abatido, después cayó el mayor atravesado por la espada de unos de los familiares de doña María y tras su muerte rindieron armas los portugueses aun vivos.

Justo al mes de sus asesinatos, la justicia prometida por doña María de Monroy a sus hijos yacente se había cumplido.

“Justicia se ha hecho, mi señora, es hora ya de partir antes que los portugueses den cuenta de nuestros actos y apresarnos quieran.” -Dijo uno de los caballeros.-

“Aun no, -respondió enérgica doña María- quiero sus cabezas.”

“¡Mi señora!” -Dijo extrañado uno de los caballeros-

“Hacedlo, o yo mismo los decapitaré con mi espada.” -Replicó doña María-

Hacha en mano, procedieron a cortar sus cabezas, que entregaron aun sangrante a doña María de Monroy, esta con gesto indiferente agarró ambas cabezas por los cabellos e impávida dijo:

“Ahora si se ha hecho justicia.”
 
Iglesia de Villalba de los Llanos, Salamanca (F.I.)

Tras aquello, dejaron la posada y montando en sus cabalgaduras sin descanso, llegaron en día y medio al Señorío de Villalba. Allí detuvo su caballo  doña María y sin desmontarse de él, preguntó por el lugar donde fueron enterrados sus hijos y respondieronle:

“Mi señora, tus hijos fueron enterrados en santa sepultura en la iglesia de Santo Tomé, en la Villa de Salamanca.”

Y sin mediar palabra ante el asombro de los caballeros, arreó a su caballo y partió hacia Salamanca. Cuando llegó todos los que se cruzaban en su trayecto se apartaban temerosos pues en su mano izquierda, aun portaba las cabezas de los Manzanos que no había soltado en todo su camino. A las puertas de la iglesia de Santo Tomé apeose del caballo y entrado en la iglesia se dirigió hacia donde estaban enterrados sus hijos, y depositando las cabezas de los Manzanos en sus sepulturas dijo:

“Hijos míos he aquí a vuestros asesinos, descasad ahora en paz.”

Y tras estas palabras se fue a su casa.

Estos sucesos recrudecieron la guerra de bandos, que se prolongó durante 40 años más, hasta que el predicador agustino Juan de Sahagún, consiguió que los bandos firmaran un pacto de paz y concordia para alivio de la ciudad. 
 
Tumba de Maria "la brava" Iglesia de Villalba (Foto José A. Rodriguez)

A los pocos años moría doña María de Monroy Almaraz, a la cual llamaron María “la Brava” una mujer digna del amor que profesaba a sus hijos. Fue enterrada en la Iglesia de Villalba de los Llanos (Salamanca).

Mas así era la vida y así trascurría, gracias y hasta la próxima.


Escrito por: Jesús Sierra Bolaños

Fuentes consultadas:

-"Hechos del Maestre de Alcántara don Alonso de Monroy." Alonso Maldonado.

-"Historia de las antigüedades de Salamanca." Gil González Dávila.  

sábado, 4 de mayo de 2013

La historia de Fray Juan "el comunero."


            Hoy volvemos de nuevo al convento de San Francisco para relatar la vida de uno de sus frailes franciscano más queridos Fray Juan.

Vista del Convento de San Francisco, Cáceres (F.I.)

             Con la muerte de Isabel la Católica en 1504, aprovechando un periodo de inestabilidad política se va a producir en castilla un levantamiento revolucionario entre 1517 y 1522, que desembocaría en la llamada guerra de las comunidades.

            Entre los capitanes comuneros que mas dieron que hablar y mas batallaron contra los ejércitos reales, estaba un caballero natural de la Villa de Cáceres Juan de Torres, hijo de Juan de Torres, alcaide del castillo de Alburquerque hasta el año 1465.

            En su devenir de la guerra, conquistó para los comuneros la Villa de Garrovillas (Cáceres) e infligió numerosas derrotas ocasionando grandes daños a las tropas reales, tanto que era uno de los capitanes más temidos y más buscados por Carlos V.

            Terminada la guerra, con la victoria de Carlos V, el capitán Juan de Torres cansado de guerrear,  y siendo como era tan conocido decide como medio de expiración de sus delitos dedicarse a la vida contemplativa y monacal, entrando a servir como fraile en el Convento de Franciscano en su Villa natal de Cáceres. A la edad de 40 años, toma los hábitos el día N.P.S. Francisco.

Guerra de las Comunidades, Batalla de Villalar (F.I.)

            Desde el mismo momento de su noviciado siente la llamada del Señor, virtud que  demuestra en amabilidad y entrega hacia con los demás, tal era su generosidad que los hermanos más antiguos del convento sentían admiración por él.

            Además de esas virtudes, el hermano  Juan era el más obediente, el más penitente e incluso el más dado a la oración y al rezo. Aquel vanidoso y pernicioso soldado de antaño había troncado en un perfecto servidor de Dios, ejemplo de generosidad, devoción y sacrificio.

            Pero el camino de Dios no iba a ser nada fácil para fray Juan, en numerosas ocasiones debido a su pasado sangriento, el Diablo le tentaba con numerosas pruebas para que se desviara del camino del señor y renunciara de su fe. Una de aquellas ocasiones en la cual fue tentado, ocurrió  una noche de invierno cuando fray Juan se dirigía a tocar maitenes, al agarrar la cuerda de la campana, un espíritu maligno enviado por el demonio, tiro tan fuerte de la soga, que el estruendo que produzco en la campana fue tan fuerte que parecía como que hubiese caído al suelo, dejando al pobre fraile Juan aturdido y temeroso, mas enseguida se repuso y arrodillado se encomendó a Dios, que de inmediato le libró de tan maligna ilusión.

            Desde aquel momento, muchas fueron las apariciones en las cuales el Demonio le ponía trabas y tentaciones, tantas que el mismo fray Juan acabó por perderle el miedo a aquellas pruebas demoníacas, incluso sus hermanos frailes les preguntaban cómo podía soportar tan crueles demostraciones, mas él les respondía: 

            “Que mas temía a un mastín de ganado, que al Demonio; porque contra este tenía prevenida y muy a mano la defensa y para aquel no tenía más que las fuerzas de la naturaleza, dudosas contra su ímpetu natural.”
 
Frailes franciscanos rezando (F.I.)

            Pero su vida monacal siempre andaba perturbada por su oscuro pasado guerrero, ese recuerdo de sangre y vida, gritos y sollozos, llenaban su memoria al cerrar los ojos. No podía vivir con ese sufrimiento y esa carga en su alma. Habló con su superior y en confesión le relató todas sus andanzas y pecados cometidos antes de su llegada al convento. Y tras su confesión, le pidió permiso al prior para partir hacia la corte y presentarse en audiencia ante el rey de España y entregarse.

            Y así lo hizo, humilde y mendicante recorrió el camino hacia la corte, ayudando a todo aquel que en su camino se cruzaba, hasta que por fin llegó a palacio, donde pidió audiencia al monarca, y tras varias prerrogativas y revisar las recomendaciones que traía por escrito, le fue concedida la audiencia ante el monarca Carlos V.

Retrato de Carlos V por Tiziano

            Cuando fue recibido, su aspecto era mas de mendigo que de fraile, solamente el ropaje y el cordón anudado a su enjuta cintura, además del crucifijo en su pecho, le distinguía de aquellos que mendigaban por las calles. Su rostro estaba marcado por el sol y sus manos y pies llagados. Más ante el emperador del mundo se arrodilló.

            “Decidme padre, en que puedo ayudaros.” -Habló el rey.-

            “Del convento franciscano de la Villa de Cáceres vengo, a pedir justicia a vuestra majestad.”

            “Vos pedís justicia, hablad. ¿Qué agravio se os ha cometido? Justicia divina no es pues para eso estáis vos, hablad padre, hablad.”

“Castigo pido para aquel capitán comunero que alzó su espada y se rebeló ante vos, aquel capitán que tras la guerra se libró de vuestra justicia. Aquel del cual nadie más supo.” –Dijo fray Juan.-

“De que capitán habláis, pues has de saber que todos aquellos cabecillas de las comunidades fueron ajusticiados al término de la guerra por decreto real.” –Habló el monarca.-

“Del capitán Juan de Torres, el de Cáceres, que tomó para las comunidades la Villa de Garrovillas,  y que batalló contra vuestros ejércitos, causando muerte y dolor. Aquel que lideraba las tropas comuneras por tierras cacereñas y castellanas, aquel del cual yo sé su paradero actual.”

“Ya me acuerdo de aquel capitán, mucho ansié por su captura, y buen precio puse por su cabeza, pues muchos soldados cayeron ante su mando, mas creía que muerto estaba. Pero decidme padre. ¿No es voto vuestro no delatar aquellos que os ofrecen testimonios? Pues franciscanos soy.” 

“Así es, pero sólo pido justicia por aquellos que sufrieron bajo su espada, victimas, familias y amigos, aquellos que ante vos ya no la pueden reclamar, el Señor en palabra me lo pide.” –Respondió fray Juan.-

“Viendo que Dios, así os lo pide, decidme pues el paradero del capitán Juan de Torres, que justicia yo impartiré, padre.”

“Pues haced vuestra la justicia que ante vos se halla, yo soy aquel capitán comunero de antaño llamado Juan de Torres.” –Dijo fray Juan.-

De inmediato los soldados presentes en la sala echaron raudos sus manos a sus espadas y alabardas, pero con un gesto con su mano el rey los detuvo, se levantó y fue hacia el franciscano.
 
Ajusticiamiento capitanes comuneros, por Antonio Gisbert (F.I)

El fraile ahora arrodillado, volvió a hablar: “Así es mi señor yo soy aquel que se alzó ante vos, aquel que tantas atrocidades cometió en nombre de las comunidades, y por ello el tormento me acompaña desde mi ingreso en la orden, quiso el Señor que ante vos me personara para que vuestra justicia redima mi culpa, y descanse en paz mi alma. Ante vos estoy y justicia pido.”

Sorprendido el monarca ante semejante acto de humildad y nobleza del franciscano, el rey le pidió que le contara su historia. 

Y tras escuchar tan azaroso y penitente vida de ayuda a los demás llevada desde su entrada en el convento, el rey Carlos V le dijo:

“Andad en buena hora, sed buen fraile, y encomendadme a Dios, que como cumpláis con vuestra obligación me tendréis por amigo, y si no por el mayor enemigo que podéis temer.”

Con el perdón real, volvió fray Juan a su convento para dedicarse en cuerpo y alma a los deseos del Señor, librado ya de esa carga terrenal que le atormentaba.

Dedicaba su tiempo a ayudar a los demás, a la oración y la contemplación, jamás en su vida faltó a maitines a media noche, y a su término, permanecía en el coro orando con devoción hasta que después de prima iba a decir misa.
 
Frailes franciscano (F.I.)

Fray Juan vivía siguiendo la regla franciscana, e incluso iba más allá de ella, mortificando su cuerpo y su alma. En los días de cuaresma no admitía su ración de pescado, en su penitencia sólo aceptaba pan y unas hierbas cocidas,  incluso en su vejez. Otra prueba de su sacrificio ocurrió cierto día que acudió a visitarle su sobrino D. Pedro de Ovando, pues a causa de una enfermedad, al clérigo se le había ersipulado la cara y una pierna se le hinchó tanto que excedía el grosor de su cintura, y viendo que no su lecho no tenía lienzos en cuales dormir el anciano fraile, se lo contó a su madre, que de inmediato mando que le llevara sábanas y almohadas recién hiladas, mas al ir a entregárselas su sobrino y rogando que las aceptase como regalo de caridad para alivio de mejora de su enfermedad y vejez, el fraile las rechazó diciéndole a su sobrino:

“Si el salvador del mundo no tuvo en que reclinar la cabeza, y estuvo en la cruz coronado de espinas, poco vengo a hacer yo con tener almohada de sayal y sábanas, y tomar mayor regalo sería ingratitud hacia el amor que por mi padeció.”  
    
            Fray Juan moriría el día de nuestro Señor Padre San Francisco, como el mismo había profetizado, la misma fecha que muchos años atrás tomar los hábitos franciscanos.

            A su entierro acudió gran concurrencia entre familiares y devotos del fraile, tantos que al término de la ceremonia de difuntos, una enorme fila se formó para besarle las manos y los pies del fraile como símbolo de respeto, e incluso pedazos del hábito fueron rasgados, guardándolos como muestra de su santidad.

            A fray Juan se le dio cristiana sepultura junto a las gradas del altar mayor del convento, del lado de la epístola, donde aún hoy se puede leer su laudo.
           
            Gracias y hasta la próxima historia.

            Escrito por: Jesús Sierra Bolaños   

            Bibliografía Consultada: 

            -“Crónicas de la provincia de San Miguel.” José de Santa 
              Cruz O.F.M.
            -“Nobiliario de Extremadura.” Adolfo Barredo de 
              Valenzuela, Ampelio Alonso-Cardenas López
            -“Ayuntamiento y familias cacerenses.” Publio Hurtado
            -“La casa solitaria de los pilares y otros relatos.” M. 
             Antonio Luceño