viernes, 1 de noviembre de 2013

La leyenda del llanto de la mora del Castillo de Monfragüe.


Restos del Castillo de Monfragüe (F. foticosyrutas)
    
       Los orígenes de castillo de Monfragüe se remontan a la época musulmana, siendo su función la vigilancia y la defensa del paso a través del rio Tajo. Desde entonces ha sido conocido por distintos nombres Al-Mofrag, Mons Fragorum, o Monfrag, hasta llegar al actual Monfragüe. Son también numerosas las leyendas e historias que de él se cuentan, y estas es una de ellas.

Era la época de las luchas entre cristianos y árabes, cuando el castillo de Al-Mofrag estaba gobernado por un noble Kaid, el cual tenía tras de sí una maldición heredada de sus antepasados.
La vida del Kaid trascurría todo lo tranquila que se podía en aquella era de guerras y conflictos religiosos. Su tiempo lo dedicaba a la administración de su castillo, sus tierras aledañas y a las razias que ocasionalmente realizaba, hasta que llegó el día del nacimiento de su primer vástago.
Aquel día los gritos de dolor provenientes de las habitaciones privadas del Kaid se escuchaban por todo el castillo, y tras unos minutos de tremendos sufrimientos se escuchó el llanto de un niño recién traído al mundo.
“¡Buuáááááh!”
En una cámara adyacente se hallaba el Kaid paseando impaciente, es el primero parto de su joven esposa, tras unos minutos la puerta se abre y tras ella sale una mujer con un bebe en brazos.
“Mi señor -dice la partera- lo siento vuestra esposa no lo ha superado.”
El silencio inundó la estancia, solo roto por un desgarrador grito proveniente de los labios del Kaid.
”Nooooo, ¿Porqué, porqué?”
“Mi señor -volvió a hablar la partera mostrándole el bebe.- esta es vuestra hija”
Interior  torre del homenaje de Monfragüe (F. Jexweber)
 
Era la primera mujer que venía al mundo en la familia en muchos años, y en ese instante entre la rabia y los sollozos por la pérdida de su adorada esposa, le vino a su memoria las palabras que su padre en el lecho de su muerte le trasmitió:
“Hijo, existe sobre nuestra familia una maldición por la cual nuestra raza fenecerá y será maldita en una hembra”.
Desde aquel día encerrose el Kaid en sus aposentos, nada quería saber del mundo, la tristeza de la pérdida de su amada y los sentimientos enfrentados hacia su hija, inundaban sus pensamientos, ni comía, ni salía, ni deseaba ver a nadie. Así estuvo hasta el octavo día, que salió obligado por la tradición musulmana de la fiesta de las fadas, día en que los parientes y allegados se reúnen alrededor del recién nacido, para darle un nombre ante Alá. Durante la celebración los invitados consumían una res degollada y degustaban unas tortas realizadas expresamente para aquella ocasión.
Todo transcurría con normalidad en el festejo, hasta que el Kaid tomo en brazos a su hija, un sentimiento de inocencia y amor inundó su corazón, casi temblando se arrodilló y con los ojos cerrados invocó a Alá para que le ayudase en la elección del nombre de su hija e intercediera junto a él contra la maldición, fue entonces cuando escuchó la voz de un dijinn (un genio árabe) que le susurró al oído:
“Tu hija crecerá sana y feliz pero en el transcurso de su vida deberás apartarla de las influencias de la cruz.”
Así lo hizo, y siguiendo esa premisa la niña, a la cual llamó Noeima, creció bajo el auspicio del siempre vigilante y temeroso padre. Alejada de todo símbolo de la cristiandad, se convirtió Noeima en la princesa más bella del lugar. Coqueta, bulliciosa y llena de vida, era cortejada por grandes señores y guerreros árabes que solicitaban su mano, mas su intrépido corazón no latía a la voluntad de tales esponsales.
Miniatura de músico y poeta árabes (F.I.)
 
Un día el Kaid recibe un correo invitándoles a una gran fiesta en la villa de Trujillo, a la cual para complacer a su amada hija, convienen en asistir. Días antes de la celebración con los preparativos ya dispuestos, parte la comitiva hacia Trujillo. Al frente de ella, en un majestuoso caballo blanco, el Kaid, y tras él, en un lujoso carruaje todo cubierto de seda y custodiado por un número considerable de guerreros sarracenos, su bella hija.
Al llegar a la engalanada villa son gratamente recibidos por las autoridades. El jolgorio y la algarabía inunda cada rincón de la ciudad, vecinos de toda la comarca han acudido a la celebración. Tras ser alojados en el castillo, el Kaid y su hija comienzan a disfrutar de los festejos. En uno de los muchos juegos celebrados, la diosa fortuna quiso que la bella Noeima fuese elegida la reina de la hermosura siendo el centro de atención de todos los asistentes.
Se disputaron juegos de sortijas, de bohordos, y cuando llegó la hora de los juegos de cañas (precursor de los juegos de justas medievales), Noeima como reina del torneo presidió las contiendas siempre junto a su vigilante padre, los principales caballeros venidos de reinos cercanos van sucumbiendo ante su belleza, todos ansia ganar el duelo para recibir de sus manos el premio de campeón y ganar así su corazón.
Todos los participantes se batieron con enorme destreza y gallardía, y tras duras horas de batallas sólo quedaron en pie cinco jinetes, los Alcaides de Albalat y Zuferola, un Nahib de Muntajesh (Montánchez), y dos Jeques de Talvira (Talavera).
Cuando se disponían a sortear los turnos para la siguiente ronda, suenan las trompetas, y un jinete montado en un corcel negro y con brillante armadura aparece en el campo de cañas, no lleva enseña alguna, ni escudo que lo distinga, nadie sabe quién es aquel misterioso caballero. Tras saludar a la reina del torneo coge una lanza del astillero, y colocándose en una de las esquinas del campo reta a los caballeros, estos noblemente aceptan el desafío.
Juego de cañas medieval (F.I.)
 
Uno a uno, entre vítores de los asistentes los contrincantes van cayendo ante la maestría con la lanza del desconocido caballero, hasta que le toca el turno al favorito del Kaid, el Alcaide de Albalat, gran guerrero curtido en numerosas batallas. Suenan trompetas y tambores, los caballos comienzan a galopar, los escudos fuertemente agarrados protegen los torsos de los desafiantes caballeros, las lanzas en posición horizontal aguardan el impacto, se acerca el momento, un tremendo ruido acalla a la multitud, en el primer encuentro las lanzas se rompen y se astillan por el impacto en los escudos, mas nadie cae del caballo.
Un fuerte -“Oooooh”- fue exclamado por los que contemplaban extasiados el espectáculo rompe el silencio.
Los caballeros piden nuevamente lanzas y sin demora vuelven a la carga, el silencio inunda nuevamente el recinto, en este segundo choque uno de los caballeros es descabalgado de su montura por la lanza de su oponente y yace inmóvil en la arena, es el Alcaide de Albalat. El enigmático caballero ha vencido el torneo, los asistente con alegría unos y tristeza otros aclaman al justo vencedor. Solamente el temeroso y comedido Kaid mira con recelo al caballero sin nombre.
El triunfal caballero apeándose de su caballo se dirigió a las gradas donde se hallaba presidiendo los juegos la bella Noeima. Sin alzar la visera el enigmático caballero hincó unas de sus rodillas en tierra, en ese instante, la dulce Noeima ante la mirada vigilante de su padre, levantándose de sus asientos y con extrema delicadeza se quitó un hilo de perlas que adornaba su gentil cuello colocándoselo en una de las muñecas enguanteladas del caballero, después  extendiéndole una de sus finas manos le dijo:
“En buena lid luchasteis y como justo vencedor os recompenso, pero quitaros el yelmo y daros a conocer para que todos puedan aclamar vuestro nombre.”
El caballero sin complacer a Noeima, tomo dulcemente la blanquecina y suave mano que la joven sarracena le ofrecía y tras dibujarle una cruz con el dedo índice de su mano diestra le dio un cálido beso.
Torre del homenaje de Monfragüe (F. Jexweber)
 
En ese instante el Kaid reconoció en aquel gesto el símbolo fatídico de su profética maldición y lleno de ira y locura se levantó raudo de su asiento gritando:
“¡Prended a ese maldito infiel, prendedle!
Los demás caballeros y nobles no daban crédito a las palabras iracundas que vociferaba el Kaid. Aquellas palabras eran una ofensa hacia las leyes del honor y la hospitalidad y nadie osaría ir contra ellas.
Pero ya era demasiado tarde, la bella Noeima desde el mismo instante en que sus manos se tocaron sintió la pasión, el deseo y el amor hacia aquel caballero. Una fuerza indescriptible recorrió su cuerpo y la hizo estremecer, su corazón se aceleró y latiendo fuertemente tornó sus mejillas en color rosado, había quedando prendada de aquel misterioso caballero. 
El Kaid, colérico y fuera de sí desenvainó su espada y trató de abalanzarse sobre el caballero, pero enseguida fue reducido por un grupo de nobles que se hallaban junto al:
“Soltadme debo matarlo, le mataré, le mataré, ese infiel es la perdición de mi familia, os arrepentiréis todos por dejarlo marchar, os arrepentiréis”
Siguió gritando el Kaid mientras el imbatido caballero se alejaba y desaparecía tan misteriosamente como había venido.
Monfrague desde la torre del homenaje (F. Jörn Wendland)
 
Pasaron los días, las semanas, los meses, pero nada volvió a ser igual en el castillo del Kaid; desde aquel fatídico día, la alegría, las risas y la placida vida palaciega había tornado en tristeza, desgracias, enfermedades y penurias.
El Kaid obsesionado con la maldición había enloquecido, su reino se deshacía, se desmembraba. Trastornado y fuera de sí culpaba de todos sus males a su antes adorada hija. Las malas cosechas, la escasez de lluvias hizo aun mas mella en la población que se rebelaba contra su Kaid e incluso sus incursiones en tierra cristinas antaño productiva y victoriosa acaban ahora en derrotas.
“¡Es la maldición, todo es culpa de la maldición!”
–Gritaba y repetía el Kaid loco de si por todas las salas del palacio.-
La joven Noeima para paliar aquella obsesión hacia la maldita profecía que había trastornado padre y sacarlo de la desesperación y de la locura que lo consumía, exigía a todo aquel pretendiente que solicitaba su mano en matrimonio, como prueba de fe, realizar una razia en tierras cristianas y traer como trofeo la cabeza de doces caballeros cristianos que serían ofrecidas como tributo a Alá como desagravio a la ofensa realizada por el misterioso caballero y recuperar a su antaño padre.
“Sólo aquel que realice con éxito esta prueba de fe obtendrá mi mano.” -Repetía Noeima a todo aquel pretendiente que ante ella se presentaba.-
Muchos fueron los pretendientes de la bella Noeima y muchas fueron las razias que en tierras cristianas se realizaron, pero ninguna victoriosa. La mayoría de los aspirantes perecían en el intento o desistían ante tal magna hazaña. 
Plano del castillo de Monfragüe (F. Gervasio Velo)
 
Quizás lo que pretendía ocultamente la enamorada Noeima era que con el tiempo el gentil caballero que besó su mano acudiera en su rescate.
Aquellas continuas incursiones tuvieron un efecto de reactivación de la reconquista en las tropas cristianas, que comenzaron a tomar las aldeas, pueblos y castillos de la comarca entorno al rio Tajo hasta que por fin llegaron a las puertas del castillo de Al-Mofrag. El ejército cristiano asaltó el castillo, donde nada o poco pudieron hacer los antes valientes y aguerridos guerreros árabes, que sin un líder que los guiara y aleccionara sucumbían ante el invasor.
Con el ejercito a las puertas del castillo el Kaid se dio cuenta que aquel era el fin de su dinastía, la maldición se estaba cumpliendo fielmente. Loco, fuera de sí y consumido por la maldición se dirigió hacia los aposentos de su hija, y hallándola asustada y temblorosa, la culpó de todos los males acaecidos por sucumbir su corazón ante los deseos del infiel caballero causante de su perdición, y así con todo su odio y rencor la maldijo:
“Yo te maldigo una y mil veces, y conjuro a tu alma para que deambule sola, aislada e intangible entre los muros de este castillo hasta la consumación de los siglos, en expiación de tus heterodoxas inclinaciones pecaminosas”
Vistas del Castillo de Monfragüe (F.I.)
 
Desde entonces, en las frías y tenebrosas noches de invierno, Noeima vestida de tisúes y coronada con una estrella negra que alumbra sus silenciosos pasos, abandona el refugio de su ruinoso castillo para sentarse en el llamado Cancho de la Mora donde llora y llora su malhadada suerte vertiendo sus ojos lágrimas, tesoros de perlas, que se trasforman en riachuelos que se precipitan por las escarpadas laderas hasta unirse al rio Tajo.
Un milenio después, no son pocos los que aun hoy juran haber oído el llanto de una joven en la oscuridad de la noche o haber visto la silueta de la bella sarracena sentada en el Cancho de la Mora.

Mas leyendas son y así te las he contado, gracias y hasta la próxima.
 
Escrito por: Jesús Sierra Bolaños

Fuentes consultadas:
-“Castillos, torres y casas fuertes de la
   provincia de Cáceres”. Publio Hurtado.       
-“Castillos de Extremadura”. Gervasio Velo y Nieto.
           -“Leyendas extremeñas” José Sendín Blázquez.

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